martes, 16 de octubre de 2018

COMO AGUA PARA CHOCOLATE de Laura Esquivel





Guía de análisis:


1)    ¿Cómo se comparan Rosaura y Tita en cuanto a su relación con la comida?  Qué indican sus relaciones respectivas con la comida en cuanto a sus personalidades?

2)    ¿Por qué nunca se casó Nacha, y ahora cómo se siente sobre su trabajo de hacer pasteles para las bodas de otros?

3)    En la iglesia, Tita piensa en sus “triunfos” durante la vida y se narran dos de ellos. ¿Qué indican estos dos triunfos sobre su personalidad, o en otras palabras, qué añaden a la caracterización de Tita?

4)    En general ¿cuáles eran las reacciones al plato de codornices en pétalos de rosa?
a.    la reacción incial de Pedro?
b.     la reacción de Mamá Elena?
c.     de Rosaura?
d.    de Gertrudis?

5)    Tita no tiene ninguna preparación para ayudar en un parto, ni mucho menos hacerlo ella sola.  ¿Cómo supo qué hacer y con tanta precisión?  Prestando atención a la forma en que se dicen, ¿qué tienen que ver las instrucciones sobre qué hacer con la comida en tu opinión?

6)     Nombrá por lo menos tres cosas que tienen en común Esperanza y Tita.

7)    ¿Cómo puedes relacionar la descripción del chocolate y del agua con el título?

8)    ¿Por qué y cómo descubrieron tanto Gertrudis como Juan que el padre de Gertrudis era José Treviño y no Juan de la Garza?

9)     Explicá la estructura externa tan peculiar que presenta la novela (no olvides comentar también la manera tan cinematográfica de acabar cada capítulo)

10)  Desarrollá brevemente estos temas que aparecen tratados en la obra:
a)    El peso de la tradición familiar
b)    Los espíritus

martes, 18 de septiembre de 2018

Textos críticos sobre RM


La estética del realismo mágico

Arnoldo Mora - Ago 13, 2014

(Fragmento)

              Hace algunos meses murió Gabriel García Márquez, el colombiano más universal, el escritor latinoamericano más reconocido de la literatura actual en el mundo entero. Son ya bibliotecas enteras las que se han dedicado a coleccionar no solo sus abundantes obras literarias, sino estudios, tesis académicas, libros, ensayos, reseñas y crónicas de los encuentros y simposios en los que especialistas han dedicado a analizar sus obras y su vida, toda salpicada de anécdotas. García Márquez es un periodista convertido en genial novelista y cuentista. Su obra se expresa estéticamente. Sus escritos son obras de arte literario. No por casualidad fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, ha recibido honores y merecidos elogios de gobiernos y academias, de editores, escritores, críticos; su huella ha trascendido en el espacio más allá de las fronteras de nuestra lengua y de nuestra geografía. Hoy, Gabriel García Márquez es el escritor más universal, no solo de nuestra América, sino del mundo contemporáneo.
                Por eso no nos ha de extrañar que haya sido el creador no solo de un estilo literario propio y muy personal que lo caracteriza como escritor individual, sino también de una corriente estética que le da un lugar destacado en la historia de la literatura regional y universal y personal que lo caracteriza. De ahí que se considera que su manera de escribir sea inconfundible. Con ello quiero decir que García Márquez tiene el incomparable mérito, entre otros, de haber creado una corriente estética, EL REALISMO MÁGICO, imitado y objeto de inspiración en todos los rincones del planeta, no solo en nuestras latitudes. Es el tratar de poner en relieve estos dos aspectos: fondo (historia violenta de Colombia) y forma (estética del realismo mágico) lo que me ha motivado a escribir estas líneas, mezcla de reflexión personal y de tributo de admiración a quien un sinnúmero de amantes de la literatura latinoamericana reconocemos como maestro y genio indiscutible. Como el arte es ante todo su forma (Ruskin), lo primero, tratándose de novelas y relatos, es comenzar por allí para, luego, remontar al fondo o trasfondo que rezuman esas incomparables  páginas salidas de la pluma del mayor de nuestros escritores latinoamericanos.

CONTEXTO CARIBEÑO
                Nuestra América no alcanza su madurez literaria sino a finales del siglo XIX, cuando el último girón del Imperio Español se hundió en las turbulentas aguas del Mar Caribe, con la exitosa culminación de la Guerra de Independencia de Cuba (1898). Es, precisamente, en el Caribe donde aparecen las dos corrientes literarias más originales en la historia de la literatura latinoamericana, gracias al gran aporte de raíz africana que denota la sensibilidad caribeña. Esta sensibilidad ha trascendido nuestras fronteras y hoy tiene una repercusión universal. Me refiero, en concreto, al Modernismo que surge a finales del siglo XIX en países caribeños, con el joven poeta Gutiérrez Nájera en México y con el prócer de la independencia y genial intelectual José Martí, y que llega a su plena culminación con la obra poética del nicaragüense Rubén Darío. El Modernismo nuestro está a la raíz del lanzamiento de la generación del 98, que renovó literaria, intelectual y políticamente a la anquilosada España del siglo XIX, a través de la obra de uno de sus más geniales representantes, el gallego Ramón María del Valle Inclán, quien decía con gran lucidez y honestidad que “Darío nos enseñó a los españoles peninsulares a hacer poesía”. A su vez, nuestro Modernismo se inspira en la corriente estética más vanguardista de la época, como fueron los poetas parnasianos de Francia. De Baudelaire, padre de la poesía contemporánea, es la célebre sentencia: “Poesía es lo que de música tienen las palabras”.
                Pero en el Caribe, gracias a sus raíces culturales afroamericanas, “música” no es lo mismo que lo que por tal entiende la cultura occidental desde que Pan con su flauta fijó la pauta de la estética musical; para la cultura occidental, “música” es, ante todo, melodía (“las armonías de las esferas celestes” de que hablan los pitagóricos), mientras que para las culturas de raíz africana “música” es, ante todo, ritmo. La música no se hizo solo para ser oída solitaria y estáticamente, sino para ser danzada tribalmente, para vivirla no solo con el oído sino también y principalmente con el músculo, no solo para ser objeto de contemplación y regocijo íntimos sino para compartir y conformar un grupo que entra en éxtasis mágico gracias al ritmo avasallador de instrumentos de percusión reiteradamente golpeados. Esta concepción de la estética musical marcará, a su vez, la concepción del arte poético que está a la raíz de la poesía modernista. El ritmo de la métrica modernista es sincopado como en el jazz. Si cuando se entra en el éxtasis de la danza se improvisa, se crea.
                En la poesía modernista y, en general, en la prosa de dicha estética, la improvisación es sustituida por la recuperación y el relieve que se da al lenguaje hablado. La poesía no se hizo para ser leída sino declamada de viva voz ante un público arrobado por el encanto mágico y melifluo de una palabra que nace con el autor (“poesía” viene del griego “poesis” que significa “creación”) como Dios-Padre en el primer día del Universo, según el libro del Génesis). Poeta es el creador de palabras y, con ello, de universos, de paraísos oníricos. Poeta es el retorno mediante el discurso poético a los orígenes del universo humano, es decir, del lenguaje como cuando José Arcadio Buendía dio nombre a todos los objetos en Macondo.
                La cultura caribeña, cuyo ritmo está haciendo bailar al mundo entero hoy en día, no solo viene de la africana; la cultura caribeña es, como la historia de su civilización, híbrida. Hay allí un amplio mestizaje dada la presencia de todas las potencias coloniales que han ocupado esas innumerables y estratégicas islas, en una guerra ininterrumpida desde la llegada del colonizador europeo y en donde lo geopolítico ha marcado su historia. Todas las culturas que vinieron al Nuevo Mundo provenientes del mundo entero, todos los grupos étnicos, todas las nacionalidades, han hecho del Caribe la región más rica y variada culturalmente de nuestro continente; desde la religión budú hasta las ideas inspiradas en el racionalismo de la filosofía ilustrada están a la raíz de ese mundo abigarrado donde negros y españoles, indígenas y europeos (ingleses, franceses, holandeses y portugueses) se han mezclado con grupos provenientes de ancestrales civilizaciones asiáticas como las provenientes de la India y la China.

MARAVILLOSO REALISMO
                Es dentro de este contexto que uno de nuestros más geniales escritores, el cubano Alejo Carpentier, creó a mediados del siglo XX la otra gran corriente estética literaria original de nuestra América, LO REAL MARAVILLOSO. Pero Alejo Carpentier, en muchos aspectos, siguió siendo un occidental. Para él, cuando se hace literatura, lo importante es escribir y no narrar. Su palabra, cuando creaba una novela, era la escrita. Su voz era un eco o resonancia de las páginas de la historia. Su concepción filosófica no era trágica, sino dialéctica. Para él, la historia no es más que el proceso por el cual las masas oprimidas adquieren conciencia de su identidad de grupo, recurriendo incluso a lo único que les toleró, no sin un evidente menosprecio. El amo blanco, como son las ancestrales tradiciones religiosas en todas sus novelas, se evidencia, de manera particular, en El reino de este mundo, en cuya introducción da a conocer el manifiesto de su nueva estética. En la siguiente novela, Los pasos perdidos, nos lleva por una especie de itinerario iniciático, en las diversas etapas histórico-culturales, en donde se identifican lo geográfico y lo temporal del Nuevo Mundo. La autoconciencia de los pueblos de nuestra América se ve reflejada en un viaje onírico a las profundidades de nuestra deslumbrante geografía, que muestra una barroca diversidad cultural al lado de una incomparable biodiversidad. Esta misma concepción profusamente imaginada de las raíces no occidentales se nota en la influencia que la música tuvo en su obra. Carpentier fue influenciado por la musicalidad caribeña en su prosa, aunque fue un notable musicólogo, un erudito del arte del barroco europeo, al igual que lo fue de la música y los instrumentos de su Cuba natal.
                La estética de LO REAL MARAVILLOSO debe verse como el antecedente inmediato de la estética del REALISMO MÁGICO que otro caribeño, Gabriel García Márquez, forjó. Las similitudes entre ambas reflejan las mismas identidades geográficas y culturales. También se reflejan en su manera de concebir la literatura y cómo se expresan en sus obras. Ambas estéticas pertenecen, como su denominación lo indica, al generado por la corriente REALISTA, pero no se trata en este caso de un realismo europeo, marcado por el positivismo filosófico, el cual define la realidad como hechos objetivos, sino por un “realismo” que se inserta en la historia de nuestros pueblos mestizos. Estamos, por ende, ante una realidad no de cosas, sino de acciones humanas que son producidas no por una causalidad física y mecánica, sino debido a la interacción de fuerzas sociales y de las estructuras que las mismas producen. Su materialidad son los actos humanos cuya comprensión solo es dada por el discernimiento de las intenciones que desde dentro los animan y explican. Con ello, se logra una comprensión más intuitiva que reflexiva, pero igualmente crítica, de la condición humana de esos pueblos sometidos “a cien años de soledad”, expresión inequívoca del sojuzgamiento de sus derechos y libertad soberana debido a siglos de colonialismo y de explotación económica y humillación social y política.
                Para penetrar en este universo de culturas ancestralmente marginadas no basta con escudriñar la espacialidad geográfica, sino escudriñar la historia y cómo ésta marca el subconsciente colectivo. La literatura, entendidas así las cosas, debe ser vista como la expresión formal y simbólica de la cruda realidad humana que viven los pueblos caribeños cuya amalgama de etnias y lenguas y culturas las convierte en una especie de muestra en de la mayor parte de los seres que componen la humanidad. Ya Bolívar (otro caribeño) decía que nuestra América es un microcosmos. En su cultura se ve reflejada la cultura de todos los pueblos. Su arte es un diamante cuya refulgencia hace gala de una policromía que nos trasporta en un arrebato o un éxtasis mágico, al igual que sus ritmos y leyendas, al igual que sus inauditas narraciones inspiradas en la versión popular de la concatenación de los hechos que jalonan su increíble e inverosímil historia, en donde el pueblo mezcla su inocencia preadánica con su malicia socarrona, en que lo cómico se amalgama con lo trágico en un realismo que tiene todo lo que hace de la literatura el reino de lo mágico y lo maravilloso. (...)


 Disponible en: http://semanariouniversidad.ucr.cr/suplementos/loslibros/la-esttica-del-realismo-mgico/




El realismo mágico. Conceptos, rasgos, 

principios y métodos

por María Achitenei
          El término "realismo mágico" apareció en la tercera década del siglo XX. Es un estilo en las bellas artes, que fue empleado por primera vez en 1925 por el crítico alemán Franz Roh, aludiendo a una escuela de pintura, y luego por el escritor Massimo Bontempelli, que se refería a una novela suya, como lo subraya Joseph Bernstein en www.geocities.com.
            El realismo mágico es una corriente literaria cuyos rasgos principales son la desgarradura de la realidad por una acción fantástica descrita de un modo realista dentro de la narrativa.
            Ángel Flores fue el primero en llamar el rico estilo literario sudamericano realismo mágico. A finales de los años sesenta el término empezó a embarcar a escritores de otros continentes. Paulatinamente, el realismo mágico fue ganando lugar en la conciencia literaria del mundo, hasta el punto que será necesario mucho más de una corriente literaria vanguardista para sustituir el realismo mágico y su poder. El realismo mágico apagó las diferencias culturales empleando una interpretación global y estándar; exagerándola algunas veces, y subrayando la tolerancia de que el ser humano es capaz. El realismo mágico empezó por decodificar la herencia del postmodernismo, así que el primer rasgo del estilo fue tratar las diferencias con deferencia.
            El realismo mágico también supera la imaginación de cualquier lector, sin desprenderlo de su cultura y tradiciones y todo aquello que se adquirió por educación, memorias heredadas de sus antepasados y de la vida misma.(..)
            Muchos escritores son considerados como pertenecientes a esta corriente literaria: entre ellos, podríamos mencionar a: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Salmán Rushdie, Lisa St Aubin de Terán, Louis de Berniéres, Gunter Grass, Laura Esquivel. De ellos, Carpentier llama 'real maravilloso' la búsqueda de propiedades mágicas dentro de la realidad misma: "lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad" en su obra El reino de este mundo, (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1967, pág.12).
            Las propiedades que surgen de la realidad son: clarividencia, levitación, vidas largas al estilo bíblico, milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas hiperbólicamente; pero todo eso supone fe, como Carpentier lo subraya en la obra citada.
            Todo esto representa la parte mágica, mientras el realismo se encuentra en el modo de contar la narrativa: como si el hilo principal fuera realista y lo más importante, mientras que lo mágico no representa más que unos detalles ordinarios de poca importancia. El realismo mágico invita al lector a menospreciar lo real, a apreciar lo milagroso y a despreciar lo histórico.
            Los detalles resultan narrados en un tono neutro y sin destacar lo mágico, no sea que el lector le preste demasiada atención. El escritor da lo mágico por sentado.
            Pudiéramos tratar de enumerar las causas principales que condujeron a la irrupción del realismo mágico en el siglo XX:
  • La crisis de la religión: en el siglo de la velocidad y de los grandes descubrimientos técnicos, la humanidad dudaba de sus sentimientos ancestrales, empezando así a buscar algo nuevo, o, por lo menos a llenar los huecos de sus conocimientos sobre la creación del mundo.
  • El lector del occidente se había cansado de introspecciones y lucha psicológica de las ánimas de los personajes literarios, así que estaba listo para una historia épica rica, que no podría llegar sino superadornada de metáforas, hipérboles y sabiduría. Los lectores habían agotado la serie de experiencias en la literatura del principio del siglo XX y querían regresar a formas más antiguas: a aquellas historias de miles de años, contadas de una forma nueva: la del realismo mágico. Los lectores también querían que la actualidad —la realidad social que conocían— fuera pintada en palabras hipnóticas.
  • El realismo mágico llena el abismo entre la vida y la creación literaria con la premonición de un acontecimiento milagroso e inesperado, un acontecimiento que va a venir contado de un modo cautivador y cuasi primitivo.
  • El realismo mágico es una corriente del tipo afectivo, es una corriente experimental y repetida, que usa las más hondas raíces de la subconciencia humana, asumiéndose de este modo el papel ideológico que la religión había perdido, el papel que apela a las emociones y a las experiencias restrictivas, guardadas hasta entonces solo para los elegidos.
  • El aumento paradójico de la alienación y la soledad en el medio de un mundo más y más aglomerado tenía que ser resaltado en literatura (…)
  • El realismo mágico hace mover la plaza literaria a formas antiguas, fortaleciendo las estructuras antes de darles vida; el realismo mágico usa el libre albedrío con todo el respeto que emplea en los otros rasgos; da la impresión de que incluso el escritor queda sorprendido del desenlace de su escritura.
  • El realismo mágico apareció muy pronto después de que los vanguardistas habían experimentado nuevas formas de escribir, así que tuvo la ventaja de poder fundirlo todo y extraer solo los métodos que consideró como los más apropiados para la novela.
  • El realismo mágico apareció paralelamente con la cultura Beat y ambas corrientes descubrieron, por rutas y raíces distintas, la felicidad de las cosas simples.
  • El lector mismo pedía algo distinto, dado que el realismo y la realidad resultaban demasiado para soportar; había muerto tanta gente, así que el solo modo de enfrentar a la muerte era burlándose de ella; eso aumentó la necesidad de leer hazañas hiperbólicas emprendidas por personajes ordinarios, o, al revés, sobre personajes hiperbólicos dentro de una vida habitual. El lector necesitaba que lo invisible invadiera su vida para reforzarla, así como todos nosotros necesitamos de los milagros.
  • Cíclicamente, la gente recrea historias para recordar a sus héroes. Los pueblos e imperios grandes crearon epopeyas en sus períodos de gloria; ahora es el turno de cualquier país para crear historias épicas como cuentos de hadas, dentro del realismo mágico. El poder persuasivo de esta corriente es tan grande que, si creara unos héroes profetas, jugarían un papel demasiado grande para la literatura y entrarían en la vida real y la conmoverían. Así es como sus héroes fracasan en el esfuerzo de llegar a serlo, según la receta mágico- realista.
  • El realismo mágico es descrito por el lenguaje que usa, que no tiene fronteras; el realismo mágico se lo debe todo a la infinidad del tiempo que describe y a los espacios aislados, delineados solo por metáforas, metamorfosis y reiteración.
            Por consiguiente, si tratamos de seguir el rastro del realismo mágico y  ver en qué textos se basan sus raíces, podríamos mencionar unas influencias, o la estela de otras corrientes: el Barroco, la literatura picaresca, el gótico, la fábula, la tragedia, los mitos, las leyendas, las supersticiones de las tierras nativas, las alegorías, el realismo social, la parábola, el postmodernismo.
            Del realismo, el realismo mágico ha tomado la transparencia del lenguaje, la pseudo objetividad de las convenciones del siglo XX; pero el texto tuvo que expresar más que un oráculo de una sola voz.
            (…) Si el realismo se refiere a la semejanza de la obra literaria con nuestra realidad familiar, entonces sí, el realismo mágico es realista; objetos ordinarios, sentimientos familiares, datos históricos son presentados en todas las novelas mágico-realistas, pero ellos están súper adornados en causas y efectos metafóricos sobre un fondo hiperbólico.
            El realismo está representado fragmentariamente dentro del realismo mágico, como si solo rastros de la más importante estructura de narrar una historia se abriera paso en el enredo de la narrativa. Migajas del realismo pueden ser reconocidas en la narración mágico-realista por un lector atento:

  • realismo interior o exterior, basado en detalles;
  • realismo familiar, que resulta distorsionado por el realismo mágico, por una intromisión de diferencias ligeras de lo conocido;
  • realismo impresionista, haciendo notas de la percepción más que encasillando los detalles; también lo opuesto, poniendo los detalles en orden;
  • realismo puro, que trata de coger una verdad absoluta e imposible;
  • realismo social, de tipo revolucionario;
  • realismo espiritual, refiriéndose a las ideas, a los sentimientos, vicios y remordimientos de los personajes;
  • realismo cruel, pueril, empleado para destacar los rasgos del personaje positivo.
            (…) El mito ayuda al realismo mágico a lograr el matiz ritual, que, por ser tan antiguo, parece exótico.
            El realismo mágico se ramificó y lo que podemos ver hoy son dos grandes tipos: el hispanoamericano y el asiático. Es su dote genética de mezcla de razas y culturas que dotó a los escritores con tal explosiva imaginación. Escritores de otros países pertenecen también a ese estilo literario, pero si lo estudiamos y comparamos más profundamente, veremos que las novelas sudamericanas llevan el sello de una influencia, mientras que las novelas escritas en inglés llevan el sello de otra influencia, aunque las dos influencias tienen raíces comunes: el Barroco. Mientras las novelas de Salmán Rushdie son más semejantes al Culteranismo español cuyos rasgos fueron: metáforas, lenguaje poético, antítesis de ideas y conceptos, hipérboles, motivos mitológicos y descripciones de tipo sensorial, en la narrativa de Gabriel García Márquez podemos notar rasgos desarrollados del Conceptismo español: Ingenuidad, humor, tendencia moral, sabiduría, metáforas.
            El Barroco fue basado en "teatralidad, metamorfosis, ostentación", "sabiduría metafórica esencial", pero también en "movilidad, fluidez y desintegración interior produciendo antítesis al nivel existencial" (Adrián Marino,Barocul, Bucarest, Pág. 306).
            El rasgo principal del Barroco fue la oscilación entre la percepción de la realidad y de la irrealidad. El hilo literario se esfuerza por destacar detalles feos, hiperbólicos, extravagantes, ridículos, estridentes, chocantes o conmovedores que están entretejidos en un orden hipnótico para abrumar al lector. Todo eso puede ser notado en la escritura mágico-realista. (...)
                           Cuando el postmodernismo dejó de estar de moda, emergió el realismo mágico, cuyos autores redescubrieron los medios del gótico, con monstruos y seres estrafalarios, incesto y violencia, cosas raras e insólitas armas, y lo usaron todo para burlarse de ello, fingiendo tomarlo en serio al mismo tiempo. Los monstruos se volvieron repentinamente en héroes fabulosos que podían fundir los cristales de las tiendas: Oskar Matzerath (El tambor de lata, por Günter Grass), que podían parar el tiempo cuando querían, o podían hacer girar el tiempo: Ursula Iguarán (Cien años de soledad, por García Márquez) o Fevvers (Noches en el circo, por Ángela Carter), imitando de ese modo al legendario monstruo Polifemo del poema épico de Góngora.
El realismo mágico puede ser también descrito, como
"una narrativa corta que a veces es el comentario sobre una sociedad o sobre la condición humana presentada como una alegoría o parábola, casi siempre con un mensaje escondido, aunque no menos claro. Emplea frases utilizadas en los cuentos de hadas y el folklore" 
(Definición de la fábula, en Enciclopedia de lo fantástico, (Encyclopedia of Fantasy), por John Clute&John Grant, Londres: Orbit, 1999,pág.327).
            Como también en la fábula, las historias del realismo mágico tienen una moral, a veces declarada desde el principio, para enfocarla mejor. El realismo mágico usa la fábula para aumentar el valor moral de la escritura; trata de individualizar el fracaso moral de alguna clase social o de una nación, en el país imaginario que construye; por eso, el escritor emplea la sinécdoque, expresando la historia de una familia para la historia de un país entero; otra particularidad es que el escritor duda de los acontecimientos históricos como también de las creencias antiguas presentándolos en el lenguaje del cine —a veces con acentos melodramáticos que se esfuman bajo las metáforas pesadas, bajo las referencias frecuentes a las otras culturas, bajo las alusiones a obras olvidadas o, por el contrario, muy nuevas, y a las más nuevas teorías astrofísicas.
            Sin embargo, la referencia cultural está mezclada con hechos grotescos en todos los autores del realismo mágico; líneas surrealistas juntan escenas de pesadilla con influencia gótica:
"eran las doce menos cinco pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, había un calor de caldera de barco perfumado de flores, olía a gladiolos y tulipanes, olía a rosas vivas en la sala cerrada, alguien abrió una ventana, respiramos, miramos los relojes(...) se oyeron los ruidos viscerales de las máquinas de los relojes en el silencio de un abismo final, eran las doce, pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, alguien trató de levantarse, por favor, dijo, él lo petrificó con la mirada mortal de que nadie se mueva, nadie respire, nadie viva sin mi permiso hasta que terminaron de sonar las doce, y entonces se abrieron las cortinas y entró el egregio general de división Rodrigo de Aguilar en bandeja de plata puesto cuan largo fue sobre una guarnición de coliflores y laureles, macerado al horno, aderezado con el uniforme de cinco almendras de oro de las ocasiones solemnes, y las presillas del valor sin límites en la manga del medio brazo, catorce libras de medallas en el pecho y una ramita de perejil en la boca, listo para ser servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto, y cuando hubo en cada plato una ración igual del ministro de la defensa con relleno de piñones y hierbas de olor, él dio la orden de empezar, buen provecho señores."
[El otoño del patriarca, por García Márquez, Mondadori, Pág. 125-126]
            El realismo mágico aprovecha de estas cosas grotescas para subrayar la parte socarrona del carácter humano. A ese estilo no pueden faltarle los rasgos oscuros del ser humano, porque, en efecto, el realismo mágico es sátira.
            Lo gótico del realismo mágico es trágico: es un intento de burlarse de la muerte y del destino tratando siempre satíricamente de vencerlos. Los elementos de la tragedia son muy poderosos dentro del realismo mágico, porque son semejantes a las estructuras de las tragedias antiguas. Así notamos:

  • un crimen está seguido por otros, por venganza;
  • hay un coro para comentar los principales acontecimientos de la obra;
  • el escritor usa la ironía para resaltar la importancia de la muerte;
  • los héroes son caracterizados por sus hazañas;
  • el fin es casi siempre catastrófico;
  • la historia es sometida al sino;
  • desde el primer momento de su aparición en la obra, los personajes emprenden su viaje a tropezones sea hacia el cielo, sea hacia el infierno y no hay otra alternativa.
   (...) En el realismo mágico, la tragedia resulta más como la imitación del sacrificio divino que como simples desastres sufridos por los mortales que no abren paso entre ellos y el lector para que todo se volviera mito y adquiriera un dejo ritual. La presencia de la muerte ya no es terrible y horripilante, dado que el realismo mágico apareció después de la segunda guerra mundial cuando había muerto tanta gente; en el realismo mágico la muerte es una presencia diaria y es la vida que logra valores metafísicos: la muerte ya no basta, así que al fin, el lector es testigo de la explosión del mundo entero.
            Claro que la mixtura es mucho más compleja y enredada, y contiene también una atmósfera que se adquiere por el desgarro de la realidad, por extender o comprimir unas secuencias de la realidad familiar. Los escritores emplean el coro de la tragedia griega para aumentar las creencias tradicionales y para obtener otros efectos especiales que enfoquen lo antiguo y las supersticiones. En Los hijos de la medianoche el coro es representado por el barquero, luego por la gente y finalmente por Padma.
            El lector se da cuenta de que los personajes monstruosos representan solo una alternativa literaria y no los juzgan desde el punto de vista moral, como pasaría en la vida real. Los elementos góticos aumentan en el lector la opinión de que su misma idea sobre los personajes se muestra ser verdadera. Los elementos barrocos, góticos y satíricos salpican el trágico flujo veloz de la narración mágico realista. La velocidad del hilo narrativo hace que la tragedia disminuya y resalta los elementos fantásticos que son contados como si fueran pequeñas realidades sin importancia, lógica y calculadamente.
           (...) El escritor utiliza también sea una distribución desigual de la atención narrativa, sea un tono monótono describiendo acontecimientos grotescos y escenas conmovedoras, dando la impresión de que todo cuenta lo mismo para la historia. Cuando el narrador nos llama la atención sobre la singularidad de un elemento, él no es fidedigno, lo que en efecto hace es distraernos la atención sobre otro elemento, que es fantástico. Varias veces, el narrador pregunta a sí mismo si la acción a la cual él fue testigo pasó de verdad. Es una duda prestada de la realidad, de los diálogos callejeros.
            (...) Como las palabras destino o sino son raramente pronunciadas, el lector tarda mucho en comprender el papel poderoso que el destino desempeña en la novela de tipo realismo mágico. Nada más identificar el hilo del destino narrado, el lector empieza a sospechar una segunda, luego tercera solución, una tercera promesa de la que va a suceder; pero nada de eso ocurre, porque el texto hace implosión por la rigidez del sino. La coincidencia está relacionada con el destino también: ocurre tan frecuente, y algo rítmicamente que el lector tiene la impresión de que está descubriendo el texto en el dibujo de un juego de ajedrez.
            Los temas son muy importantes en el realismo mágico: enfermedades inauditas e increíbles aparecen repentinamente sin lógica alguna y desaparecen del mismo modo. El Moro, de La última mirada del Moro, por Rushdie, envejece dos veces más rápidamente que otra gente; el padre de Saleem en la novela Los hijos de la medianoche, por Rushdie, sufre de la enfermedad de volverse blanco, y los habitantes de Macondo, en Cien años de soledad, por García Márquez, sufren de la llaga del olvido.
           (...)  El tema de la soledad del dictador se entreteje con el tema del rencor y la maldad, que tiene multifacetas semánticas, que confiere a la narrativa una ilusión que resulta sea cómica, o espeluznante. Son temas del Barroco, de los cuales el realismo mágico se adueñó expresándolos en un lenguaje de colores y sabores, como en la novela La última mirada del Moro, por Salmán Rushdie, que alude a la última mirada del rey árabe Boabdil el Chico, antes de dejar Granada.
            Esos temas engendran otros, de venganza, de paternidad desconocida, de los gemelos y muchos otros, pero los temas solos no hacen el estilo. Se necesita el talento del escritor y la intuición del lector para que juntos, crearan el realismo mágico, el más mágico de los estilos literarios.
            El realismo mágico es una crónica dentro de la cual son injertados los más fantásticos detalles y milagros hechos por personajes con dones y poderes estrafalarios —que son descritos por sus hazañas— todo en una épica acelerada, llena de cosas grotescas, metáforas, hipérbole y lenguaje poético.

 Disponible en:  http://www.babab.com/no29/realismo_magico.php



domingo, 16 de septiembre de 2018

Actividades para trabajar el cuento: "Amargura para tres sonámbulos"




1) Proponé tu interpretación sobre el vínculo que une a los protagonistas de la historia. Justificá.

2) En el segundo párrafo "ella" anuncia que no volverá a sonreír. ¿Qué otras situaciones similares vivieron?

3) Rastreá y transcribí pasajes que evidencien el sucesivo declive hacia la muerte de la protagonista.

4) ¿Se te ocurre otra interpretación para "su tránsito hacia la bestia? Fundamentá.

5) Relatá brevemente los acontecimientos (hechos) propios del RM que aparecen.

martes, 21 de agosto de 2018

Cuentos de Gabriel García Márquez






Isabel viendo llover en Macondo

de Gabriel García Márquez


El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar un broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: "Es viento de agua". Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas. Durante el resto de la mañana mi madrastra y yo estuvimos sentadas junto al pasamano, alegres de que la lluvia revitalizara el romero y el nardo sedientos en las macetas después de siete meses de verano intenso, de polvo abrasante. Al mediodía cesó la reverberación de la tierra y un olor a suelo removido, a despierta y renovada vegetación, se confundió con el fresco y saludable olor de la lluvia con el romero. Mi padre dijo a la hora de almuerzo: "Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas". Sonriente, atravesada por el hilo luminoso de la nueva estación, mi madrastra me dijo: "Eso lo oíste en el sermón". Y mi padre sonrió. Y almorzó con buen apetito y hasta tuvo una entretenida digestión junto al pasamano, silencioso, con los ojos cerrados pero sin dormir, como para creer que soñaba despierto.
Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado. Mi madrastra y yo volvimos a contemplar el jardín. La tierra áspera y parda de mayo se había convertido durante la noche en una sustancia oscura y pastosa, parecida al jabón ordinario. Un chorro de agua comenzaba a correr por entre las macetas. "Creo que en toda la noche han tenido agua de sobra", dijo mi madrastra. Y yo noté que había dejado de sonreír y que su regocijo del día anterior se había transformado en una seriedad laxa y tediosa. "Creo que sí —dije—. Será mejor que los guajiros las pongan en el corredor mientras escampa". Y así lo hicieron, mientras la lluvia crecía como árbol inmenso sobre los árboles. Mi padre ocupó el mismo sitio en que estuvo la tarde del domingo, pero no habló de la lluvia. Dijo: "Debe ser que anoche dormí mal, porque me he amanecido doliendo el espinazo". Y estuvo allí, sentado contra el pasamano, con los pies en una silla y la cabeza vuelta hacia el jardín vacío. Solo al atardecer, después que se negó a almorzar dijo: "Es como si no fuera a escampar nunca". Y yo me acordé de los meses de calor. Me acordé de agosto, de esas siestas largas y pasmadas en que nos echábamos a morir bajo el peso de la hora, con la ropa pegada al cuerpo por el sudor, oyendo afuera el zumbido insistente y sordo de la hora sin transcurso. Vi las paredes lavadas, las junturas de la madera ensanchadas por el agua. Vi el jardincillo, vacío por primera vez, y el jazminero contra el muro, fiel al recuerdo de mi madre. Vi a mi padre sentado en el mecedor, recostadas en una almohada las vértebras doloridas, y los ojos tristes, perdidos en el laberinto de la lluvia. Me acordé de las noches de agosto, en cuyo silencio maravillado no se oye nada más que el ruido milenario que hace la Tierra girando en el eje oxidado y sin aceitar. Súbitamente me sentí sobrecogida por una agobiadora tristeza.
Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón. Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: "Es aburridora esta lluvia". Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento de al lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo. Y Martín estaba allí, a mi lado, diciendo que le aburría la lluvia. "Aburridora no —dije. Lo que me parece demasiado triste es el jardín vacío y esos pobre árboles que no pueden quitarse del patio". Entonces me volví a mirarlo, y ya Martín no estaba allí. Era apenas una voz que me decía: "Por lo visto no piensa escampar nunca", y cuando miré hacia la voz, sólo encontré la silla vacía.
El martes amaneció una vaca en el jardín. Parecía un promontorio de arcilla en su inmovilidad dura y rebelde, hundidas las pezuñas en el barro y la cabeza doblegada. Durante la mañana los guajiros trataron de ahuyentarla con palos y ladrillos, Pero la vaca permaneció imperturbable en el jardín, dura, inviolables, todavía las pezuñas hundidas en el barro y la enorme cabeza humillada por la lluvia. Los guajiros la acostaron hasta cuando la paciente tolerancia de mi padre vino en defensa suya: "Déjenla tranquila —dijo—. Ella se irá como vino".
Al atardecer del martes el agua apretaba y dolía como una mortajada en el corazón. El fresco de la primera mañana empezó a convertirse en una humedad caliente; era una temperatura de escalofrío. Los pies sudaban dentro de los zapatos, No se sabía qué era más desagradable, si la piel al descubierto o el contacto con la ropa en la piel. En la casa había cesado toda actividad. Nos sentamos en el corredor, pero ya no contemplábamos la lluvia como el primer día. Ya no la sentíamos caer. Ya no veíamos sino el contorno de los árboles en la niebla, en un atardecer triste y desolado que dejaba en los labios el mismo sabor con que se despierta después de haber soñado con una persona desconocida. Yo sabía que era martes y me acordaba de las mellizas de San Jerónimo, de las niñas ciegas que todas las semanas vienen a la casa a decirnos canciones simples, entristecidas por el amargo y desamparado prodigio de sus voces. Por encima de la lluvia yo oía la cancioncilla de las mellizas ciega y las imaginaba en su casa, acuclilladas, aguardando a que cesara la lluvia para salir a cantar. Aquel día no llegarían las mellizas de San Jerónimo, pensaba yo, ni la pordiosera estaría en el corredor después de la siesta, pidiendo como todos los martes, la eterna ramita de toronjil.
Ese día perdimos el orden de las comidas. Mi madrastra sirvió a la hora de la siesta un plato de sopa simple y un pedazo de pan rancio. Pero en realidad no comíamos desde el atardecer del lunes y creo que desde entonces dejamos de pensar. Estábamos paralizados, narcotizados por la lluvia, entregados al derrumbamiento de la naturaleza en una actitud pacífica y resignada. Solo la vaca se movió en la tarde. De pronto, un profundo rumor sacudió sus entrañas y las pezuñas se hundieron en el barro con mayor fuerza. Luego permaneció inmóvil durante media hora, como si ya estuviera muerta, pero no pudiera caer porque se lo impedía la costumbre de estar viva, el hábito de estar en una misma posición bajo la lluvia, hasta cuando la costumbre fue más débil que el cuerpo. Entonces dobló las patas delanteras (levantadas todavía en un último esfuerzo agónico las ancas brillantes y oscuras), hundió el babeante hocico en el lodazal y se rindió por fin al peso de su propia materia en una silenciosa, gradual y digna ceremonia de total derrumbamiento. "Hasta ahí llegó", dijo alguien a mis espaldas. Y yo me volví a mirar y vi en el umbral a la pordiosera de los martes que venía a través de la tormenta a pedir la ramita de toronjil.
Tal vez el miércoles me habría acostumbrado a ese ambiente sobrecogedor si al llegar a la sala no hubiera encontrado la mesa recostada contra la pared, los muebles amontonados encima de ella, y del otro lado, en un parapeto improvisado durante la noche, los baúles y las cajas con los utensilios domésticos. El espectáculo me produjo una terrible sensación de vacío. Algo había sucedido durante la noche. La casa estaba en desorden; los guajiros, sin camisa y descalzos, con los pantalones enrollados hasta las rodillas, transportaban los muebles al comedor. En la expresión de los hombres, en la misma diligencia con que trabajaban se advertía la crueldad de la frustrada rebeldía, de la forzosa y humillante inferioridad bajo la lluvia. Yo me movía sin dirección, sin voluntad. Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos, fecunda por la repugnante flora de la humedad y de las tinieblas. Yo estaba en la sala contemplando el desierto espectáculo de los muebles amontonados cuando oí la voz de mi madrastra en el cuarto advirtiéndome que podía contraer una pulmonía. Solo entonces caí en la cuenta de que el agua me daba en los tobillos, de que la casa estaba inundada, cubierto el piso por una gruesa superficie de agua viscosa y muerta.
Al mediodía del miércoles no había acabado de amanecer. Y antes de las tres de la tarde la noche había entrado de lleno, anticipada y enfermiza, con el mismo lento y monótono y despiadado ritmo de la lluvia en el patio. Fue un crepúsculo prematuro, suave y lúgubre, que creció en medio del silencio de los guajiros, que se acuclillaron en las sillas, contra las paredes, rendidos e impotentes ante el disturbio de la naturaleza. Entonces fue cuando empezaron a llegar noticias de la calle. Nadie las traía a la casa. Simplemente llegaban, precisas, individualizadas, como conducidas por el barro líquido que corría por las calles y arrastraba objetos domésticos, cosas y cosas, destrozos de una remota catástrofe, escombros y animales muertos. Hechos ocurridos el domingo, cuando todavía la lluvia era el anuncio de una estación providencial, tardaron dos días en conocerse en la casa. Y el miércoles llegaron las noticias, como empujadas por el propio dinamismo interior de la tormenta. Se supo entonces que la iglesia estaba inundada y se esperaba su derrumbamiento. Alguien que no tenía por qué saberlo, dijo esa noche: "El tren no puede pasar el puente desde el lunes. Parece que el río se llevó los rieles". Y se supo que una mujer enferma había desaparecido de su lecho y había sido encontrada esa tarde flotando en el patio.
Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios pensamientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo misma participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del corredor. "Ahora tenemos que rezar", dijo. Y yo vi su rostro seco y agrietado, como si acabara de abandonar una sepultura o como si estuviera fabricada en una sustancia distinta de la humana. Estaba frente a mí, con el rosario en la mano, diciendo: "Ahora tenemos que rezar. El agua rompió las sepulturas y los pobrecitos muertos están flotando en el cementerio". Tal vez había dormido un poco esa noche cuando desperté sobresaltada por un olor agrio y penetrante como el de los cuerpos en descomposición. Sacudía con fuerza a Martín, que roncaba a mi lado. "¿No lo sientes?", le dije. Y él dijo "¿Qué?" Y yo dije: "El olor. Deben ser los muertos que están flotando por las calles". Yo me sentía aterrorizada por aquella idea, pero Martín se volteó contra la pared y dijo con la voz ronca y dormida: "Son cosas tuyas. Las mujeres embarazadas siempre están con imaginaciones".
Al amanecer del jueves cesaron los olores, se perdió el sentido de las distancias. La noción del tiempo, trastornada desde el día anterior, desapareció por completo. Entonces no hubo jueves. Lo que debía ser lo fue una cosa física y gelatinosa que había podido apartarse con las manos para asomarse al viernes. Allí no había hombres ni mujeres. Mi madrastra, mi padre, los guajiros eran cuerpos adiposos e improbables que se movían en el tremedal del invierno. Mi padre me dijo: "No se mueva de aquí hasta cuando no le diga lo que se hace", y su voz era lejana e indirecta y no parecía percibirse con los oídos sino con el tacto, que era el único sentido que permanecía en actividad.
Pero mi padre no volvió: se extravió en el tiempo. Así que cuando llegó la noche llamé a mi madrastra para decirle que me acompañara al dormitorio. Tuve un sueño pacífico, sereno, que se prolongó a lo largo de toda la noche. Al día siguiente la atmósfera seguía igual, sin color, sin olor, sin temperatura. Tan pronto como desperté salté a un asiento y permanecí inmóvil, porque algo me indicaba que todavía una zona de mi consciencia no había despertado por completo. Entonces oí el pito del tren. El pito prolongado y triste del tren fugándose de la tormenta. "Debe haber escampado en alguna parte", pensé, y una voz a mis espaldas pareció responder a mi pensamiento: "Dónde...", dijo. "¿Quién esta ahí?", dije yo, mirando. Y vi a mi madrastra con un brazo largo y escuálido extendido hacia la pared. "Soy yo", dijo Y yo le dije: "¿Lo oyes?" Y ella dijo que sí, que tal vez habría escampado en los alrededores y habían reparado las líneas. Luego me entregó una bandeja con el desayuno humeante. Aquello olía a salsa de ajo y manteca hervida. Era un plato de sopa. Desconcertada le pregunté a mi madrastra por la hora. Y ella, calmadamente, con una voz que sabía a postrada resignación, dijo: "Deben ser las dos y media, más o menos. El tren no lleva retraso después de todo". Yo dije: "¡Las dos y media! ¡Cómo hice para dormir tanto!" Y ella dijo: "No has dormido mucho. A lo sumo serían las tres". Y yo, temblando, sintiendo resbalar el plato entre mis manos: "Las dos y media del viernes...", dije. Y ella, monstruosamente tranquila: "Las dos y media del jueves, hija. Todavía las dos y media del jueves".
No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en que los sentidos perdieron su valor. Solo sé que después de muchas horas incontables oí una voz en la pieza vecina. Una voz que decía: "Ahora puedes rodar la cama para ese lado". Era una voz fatigada, pero no voz de enfermo, sino de convaleciente. Después oí el ruido de los ladrillos en el agua. Permanecí rígida antes de darme cuenta de que me encontraba en posición horizontal. Entonces sentí el vacío inmenso, Sentí el trepidante y violento silencio de la casa, la inmovilidad increíble que afectaba a todas las cosas. Y súbitamente sentí el corazón convertido en una piedra helada. "Estoy muerta —pensé—. Dios. Estoy muerta". Di un salto de la cama. Grité: "¡Ada, Ada!" La voz desabrida de Martín me respondió desde el otro lado: "No pueden oírte porque ya están fuera". Solo entonces me di cuenta de que había escampado y de que en torno a nosotros se extendía un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda, un estado perfecto que debía ser muy parecido a la muerte. Después se oyeron pisadas en el corredor. Se oyó una voz clara y completamente viva. Luego un vientecito fresco sacudió la hoja de la puerta, hizo crujir la cerradura, y un cuerpo sólido y momentáneo, como una fruta madura, cayó profundamente en la alberca del patio. Algo en el aire denunciaba la presencia de una persona invisible que sonreía en la oscuridad.
"Dios mío —pensé entonces, confundida por el trastorno del tiempo—. Ahora no me sorprendería que me llamaran para asistir a la misa del domingo pasado".
AMARGURA PARA TRES SONÁMBULOS  
          
de Gabriel García Márquez 
         
  Ahora la teníamos allí, abandonada en un rincón de la casa. Alguien nos dijo, antes de que trajéramos sus cosas -su ropa olorosa a madera reciente, sus zapatos sin peso para el barro- que no podía acostumbrarse a aquella vida lenta, sin sabores dulces, sin otro atractivo que esa dura soledad de cal y canto, siempre apretada a sus espaldas. Alguien nos dijo -y había pasado mucho tiempo antes que lo recordáramos- que ella también había tenido una infancia. Quizás no lo creímos, entonces. Pero ahora, viéndola sentada en el rincón, con los ojos asombrados, y un dedo puesto sobre los labios, tal vez aceptábamos que una vez tuvo una infancia, que alguna vez tuvo el tacto sensible a la frescura anticipada de la lluvia, y que soportó siempre de perfil a su cuerpo, una sombra inesperada.
  Todo eso -y mucho más- lo habíamos creído aquella tarde en que nos dimos cuenta de que, por encima de su submundo tremendo, era completamente humana. Lo supimos, cuando de pronto, como si adentro se hubiera roto un cristal, empezó a dar gritos angustiados; empezó a llamarnos a cada uno por su nombre, hablando entre lágrimas hasta cuando nos sentamos junto a ella, nos pusimos a cantar y a batir palmas, como si nuestra gritería pudiera soldar los cristales esparcidos. Sólo entonces pudimos creer que alguna vez tuvo una infancia. Fue como si sus gritos se parecieran en algo a una revelación; como si tuvieran mucho de árbol recordado y río profundo, cuando se incorporó, se inclinó un poco hacia adelante, y todavía sin cubrirse la cara con el delantal, todavía sin sonarse la nariz y todavía con lágrimas, nos dijo: "No volveré a sonreír".
  Salimos al patio, los tres, sin hablar, acaso creíamos llevar pensamientos comunes. Tal vez pensamos que no sería lo mejor encender las luces de la casa. Ella deseaba estar sola -quizás-, sentada en el rincón sombrío, tejiéndose la trenza final, que parecía ser lo único que sobreviviría de su tránsito hacia la bestia.
  Afuera, en el patio, sumergidos en el profundo vaho de los insectos, nos sentamos a pensar en ella. Lo habíamos hecho otras veces. Podíamos haber dicho que estábamos haciendo lo que habíamos hecho todos los días de nuestras vidas.
  Sin embargo, aquella noche era distinto; ella había dicho que no volvería a sonreír, y nosotros que tanto la conocíamos, teníamos la certidumbre de que la pesadilla se había vuelto verdad. Sentados en un triángulo la imaginábamos allá adentro, abstracta, incapacitada, hasta para escuchar los innumerables relojes que medían el ritmo, marcado y minucioso, en que se iba, convirtiendo en polvo: "Si por lo menos tuviéramos valor para desear su muerte", pensábamos a coro.
  Pero la queríamos así, fea y glacial como una mezquina contribución a nuestros ocultos defectos.
  Éramos adultos desde antes, desde mucho tiempo atrás. Ella era, sin embargo, la mayor de la casa. Esa misma noche habría podido estar allí, sentada con nosotros, sintiendo el templado pulso de las estrellas, rodeada de hijos sanos. Habría sido la señora respetable de la casa si hubiera sido la esposa de un buen burgués o concubina de un hombre puntual. Pero se acostumbró a vivir en una sola dimensión, como la línea recta, acaso porque sus vicios o sus virtudes no pudieran conocerse de perfil. Desde varios años atrás ya lo sabíamos todo. Ni siquiera nos sorprendimos una mañana, después de levantados, cuando la encontramos boca abajo en el patio, mordiendo la tierra en una dura actitud estática. Entonces sonrió, volvió a mirarnos; había caído desde la ventana del segundo piso hasta la dura arcilla del patio y había quedado allí, tiesa y concreta, de bruces al barro húmedo. Pero después supimos que lo único que conservaba intacto era el miedo a las distancias, el natural espanto frente al vacío. La levantamos por los hombros. No estaba dura como nos pareció al principio. Al contrario, tenía los órganos sueltos, desasidos de la voluntad, como un muerto tibio que no hubiera empezado a endurecerse.
  Tenía los ojos abiertos, sucia la boca de esa tierra que debía saberle ya a sedimento sepulcral, cuando la pusimos de cara al sol y fue como si la hubiéramos puesto frente a un espejo. Nos miró a todos con una apagada expresión sin sexo, que nos dio -teniéndola ya entre mis brazos- la medida de su ausencia. Alguien nos dijo que estaba muerta; y se quedó después sonriendo con esa sonrisa fría y quieta que tenía durante las noches cuando transitaba despierta por la casa. Dijo que no sabía cómo llegó hasta el patio. Dijo que había sentido mucho calor, que estuvo oyendo un grillo penetrante, agudo, que parecía (así lo dijo) dispuesto a tumbar la pared de su cuarto, y que ella se había puesto a recordar las oraciones del domingo, con la mejilla apretada al piso de cemento.
  Sabíamos sin embargo, que no podía recordar ninguna oración, como supimos después que había perdido la noción del tiempo cuando dijo que se había dormido sosteniendo por dentro la pared que el grillo estaba empujando desde afuera, y que estaba completamente dormida cuando alguien cogiéndola por los hombros, apartó la pared y la puso a ella de cara al sol.
  Aquella noche sabíamos, sentados en el patio, que no volvería a sonreír. Quizá nos dolió anticipadamente su seriedad inexpresiva, su oscuro y voluntarioso vivir arrinconado. Nos dolía hondamente, como nos dolía el día que la vimos sentarse en el rincón adonde ahora estaba; y le oímos decir que no volvería a deambular por la casa. Al principio no pudimos creerle. La habíamos visto durante meses enteros transitando por los cuartos a cualquier hora, con la cabeza dura y los hombros caídos sin detenerse, sin fatigarse nunca. De noche oíamos su rumor corporal, denso, moviéndose entre dos oscuridades, y quizás nos quedamos muchas veces, despiertos en la cama, oyendo su sigiloso andar, siguiéndola con el oído por toda la casa. Una vez nos dijo que había visto el grillo dentro de la luna del espejo, hundido, sumergido en la sólida transparencia y que había atravesado la superficie de cristal para alcanzarlo. No supimos, en realidad, lo que quería decirnos, pero todos pudimos comprobar que tenía la ropa mojada, pegada al cuerpo, como si acabara de salir de un estanque. Sin pretender explicarnos el fenómeno resolvimos acabar con los insectos de la casa; destruir los objetos que la obsesionaban. Hicimos limpiar las paredes, ordenamos cortar los arbustos del patio, y fue como si hubiéramos limpiado de pequeñas basuras el silencio de la noche. Pero ya no la oíamos caminar, ni la oíamos hablar de grillos, hasta el día en que, después de la última comida, se quedó mirándonos, se sentó en el suelo de cemento todavía sin dejar de mirarnos, y nos dijo: "Me quedaré aquí, sentada"; y nos estremecimos, porque pudimos ver que había empezado a parecerse a algo que era ya casi completamente como la muerte.
  De eso hacía ya mucho tiempo y hasta nos habíamos acostumbrado a verla allí, sentada con la trenza siempre a medio tejer, como si se hubiera disuelto en su soledad y hubiera perdido, aunque se le estuviera viendo, la facultad natural de estar presente. Por eso ahora sabíamos que no volvería a sonreír; porque lo había dicho en la misma forma convencida y segura en que una vez nos dijo que no volvería a caminar. Era como si tuviéramos la certidumbre de que más tarde nos diría: "No volveré a ver" o quizá: "No volveré a oír" y supiéramos que era lo suficientemente humana para ir eliminando a voluntad sus funciones vitales, y que, espontáneamente, se iría acabando sentido a sentido, hasta el día en que la encontráramos recostada a la pared, como si se hubiera dormido por primera vez en su vida. Quizás faltaba mucho tiempo para eso, pero los tres, sentados en el patio, habríamos deseado aquella noche sentir su llanto afilado y repentino, de cristal roto, al menos para hacernos la ilusión de que habría nacido una niña dentro de la casa. Para creer que había nacido nueva.
     
(1949)
(Del volumen: Ojos de perro azul)